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8/10/09

CAMBIAR A LOS 50

La vida moderna –con sus apremiantes cambios- exige adaptación en cada momento. En realidad nada parece estable, el tiempo pasa increíblemente rápido, y es necesario ajustarse. Pero este tema es conocido y ya casi un cliché, así que no quiero centrarme en él, pues por lo demás se refiere a cambios que son más bien periféricos; quiero referirme a cambios importantes en la vida, a cambios profundos en la persona.

Muchos dicen que la gente no cambia a partir de cierta edad. Pero esto es contrario a lo que plantea la psicología y también a mi experiencia. Cambios profundos ocurren, pero no son comunes porque involucran muchas veces tomar un rol activo en ellos, además de enfrentar temores y sobre todo la condena social. Quiero citar dos casos, uno de ellos conocido, y otro anónimo.

El caso conocido fue el de la psiquiatra Lola Hofmann. Nacida en Alemania, se formó como médico y dedicó su vida a la investigación, aquí en Chile. Cerca de los 50 años tuvo un sueño –pesadilla en realidad- en donde se veía abriendo un animal, de cuyas entrañas salía una mujer, toda ensangrentada. Quedó tan impactada por este sueño, que se dedicó a buscar la explicación. Después de un psicoanálisis, finalmente comprendió que el sueño le mostraba que no estaba desarrollando su vocación, y que se estaba “matando a sí misma”. Y contra todas las opiniones –familiares, amigos, colegas, etc.-, decidió darle un nuevo rumbo a su vida. Estudió psiquiatría, y comenzó a ejercer como tal, hasta transformarse en un referente y guía para otros terapeutas (psicólogos y psiquiatras). Dejó un legado de conocimientos en nuestro país, y esto recién a partir de los 70 años, hasta que murió, a los 84.

El otro caso fue el de un empleado, un hombre gris, con todo un historial de consultas a psicólogos y psiquiatras. Hasta que poco después de los 45 tuvo una depresión más severa. En las sesiones fue apareciendo una fuerte sensación de insatisfacción con su propia vida: no tenía amigos, vivía una rutina horrible, casi no salía de la casa, y se sentía dominado por su familia. Durante la terapia los deseos de cambio se fortalecieron, hasta que se atrevió a llevarlos a cabo. Hoy es un hombre realizado, satisfecho con su vida, se dejó el pelo largo (señal de liberación interior), tiene amigos, es miembro activo de un grupo, ya no se siente “dominado”, no está centrado en la queja, y da gusto conversar con él.

Desde el punto de vista de la psicología profunda, como planteó el famoso Jung, ambas personas vivieron un encuentro con el verdadero “yo”, o una “individuación”. Es decir, llegaron a ser ellos mismos, descubriendo su verdadera vocación y el sentido de sus vidas. Esto es lo que produce encontrarse con el verdadero ‘yo’: una personalidad más completa, armoniosa, auténtica y más sabia. En realidad a lo largo de los años todos nos acercamos a esta individuación, pero muy lentamente y sin concluirla. El verdadero proceso comienza cuando la persona lo hace en forma consciente.

Muchas personas sienten en algún momento esa “llamada interna”. Pero por desgracia, la mayoría no se atreve ni a escuchar ese llamado. Y si van al psicólogo o psiquiatra, es generalmente para tratar de que les ayude a “volver a ser como antes”, a “ajustarse nuevamente”, sin percatarse que tal vez detrás de esas dificultades, miedos o desasosiegos que provoca la “llamada interna” puede haber un tremendo potencial y la mejor opción de acercarse a sí mismos y acceder a un mayor desarrollo de su ser interno.

3/10/09

MADUREZ EMOCIONAL: el aporte de Maslow

La madurez es una palabra con prestigio. Una palabra que atrae. A todos nos gusta sentir que somos maduros, y si le decimos a alguien que es "un inmaduro" lo tomará normalmente como una ofensa. Definir la madurez no es nada de fácil. No hay una definición que cumpla con todos los criterios, ni menos todavía alguna persona real que se ajuste plenamente a un "perfil de madurez". Sin embargo el problema no es insoluble.

En efecto, puede estudiarse la madurez tratando de definir cuáles son las principales características que la componen. Aunque hay varios puntos de vista, quizás el de Maslow es el más completo y que goza de más prestigio. Para este psicólogo norteamericano, la madurez está compuesta por una serie de catorce rasgos. En primer lugar, las personas maduras tienen una percepción realista, tanto de sí mismas como de los demás y del entorno. Esto a su vez los hace sentirse más seguros y menos amenazados. En segundo lugar, se aceptan a sí mismos, a los demás y a la naturaleza. Aceptan las necesidades fisiológicas y los procesos naturales sin aversión ni vergüenza, pero también aprecian las cualidades "elevadas" que completan la naturaleza humana.

La espontaneidad, que es actuar sin miedo y ser auténtico, y además tener cierta alegría de vivir, así como apreciar el arte y las manifestaciones bellas de la vida, es otro rasgo. La capacidad de concentrarse en los problemas y resolverlos, así como trabajar con eficacia y persistencia, es también otro de los atributos. También se cuenta la autonomía: las personas maduras mantienen buenas relaciones con los demás, pero también necesitan a veces estar solas. Y sus relaciones con los demás no son de tipo posesivo. La independencia de juicio, es decir no dejarse llevar por los demás ni por las modas, ni tampoco funcionar solamente esperando los halagos o las críticas, es otra característica de la gente madura. La flexibilidad frente a personas, ambientes y situaciones, también es parte de la madurez. La persona madura no es rígida.

Otro factor es la espiritualidad: la gente maura siempre muestran algún grado de interés por comprender el mundo y por las preguntas más importantes relativas al ser humano. Esto se traduce frecuentemente en un sentido religioso de la vida. Otro rasgo es el sentido social: demostrar cierto interés en ayudar y en solidarizar. Comprenden la desgracia humana y sienten empatía hacia otros seres humanos.

Profundidad en sus relaciones personales: más que tener un gran número de amigos, las personas maduras tienen pocos amigos, pero su relación con ellos es profunda. Junto a esto, su trato en general hacia los demás es positivo, en general sin conflictos. El llamado "carácter democrático" es otro atributo de la madurez; en la práctica, esto se traduce en sentir respeto hacia cualquier ser humano, y esto lleva a la persona madura a ser tolerante, tanto en lo religioso como en lo político y étnico.

Código ético: los sujetos maduros tienen un código ético, y muestran congruencia entre lo que piensan y la forma en que actúan. Saben siempre distinguir con claridad entre lo justo y lo injusto. El sentido del humor es parte de una persona madura también; pero este sentido del humor no lo explotan para burlarse o reírse de los demás. Finalmente, Maslow mencionó la creatividad como la última característica de la madurez, entendiendo que ella no es un atributo exclusivo del artista, sino -en mayor o menor grado-, de todos.