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24/4/11

LAS BELLAS PALABRAS

Releyendo estos días el libro chino Tao Te King, considerado un ejemplo de sabiduría, reparé en una frase con la cual inicia uno de sus epigramas o capítulos, que me llamó la atención. La oración en cuestión decía “Las palabras verdaderas no son bellas... Las bellas palabras no son verdaderas”.



Aunque el Tao Te King es un libro en cierto modo bastante enigmático, de no fácil comprensión ni interpretación, la frase me llamó la atención porque parecía -al menos- discutible. Pero por otra parte, un libro reputado como pleno de sabiduría, que tiene unos dos mil quinientos años, y que además dio origen a una religión, “no podía estar tan equivocado”. Por tanto, después de una larga meditación, comencé a vislumbrar el sentido de la frase. Y creo que este sentido se refiere claramente al hecho de que a algunas personas, a través de un vocabulario elevado, les gusta hacer gala de erudición o de impresionar a los demás... o también -por paradojal que parezca- de ocultar, a través de un lenguaje plagado de tecnicismos, su ignorancia y falta de verdadera comprensión de lo que están hablando.



Ejemplos abundan. Es así como en una reunión reciente en que participé, donde eran todos ingenieros, se encontraba un profesional de las ciencias sociales. Durante su intervención hizo gala de un vocabulario tan extraordinariamente florido, rebuscado y técnico, que ningún ingeniero comprendió lo que dijo; pero nadie se atrevió a preguntar lo que significaban las palabras que usó. O el caso –más patético todavía- de un profesor universitario que conocí. Cuando algún alumno le hacía una pregunta algo más complicada de lo habitual, “sacaba su arma secreta”, es decir las “bellas palabras”. Si el alumno insistía, este profesor sacaba su arsenal completo, utilizando un lenguaje que dejaba al alumno sin ningún deseo de seguir preguntando, so pena de ser tildado de muy ignorante.



A veces vemos esta misma historia en el área médica. Un paciente desesperado con alguna patología, que quiere legítimamente entender su propia enfermedad, recibe del médico una “explicación” tan absurdamente complicada, llena de tecnicismos, que no se atreve a preguntar más, y queda sumido en la ignorancia, y además –lo que es más grave- sin tener ninguna posibilidad de ahí en adelante de jugar un papel algo más activo con su propia dolencia. Otro caso notable son los políticos, aunque ya –por fortuna- la gente ha dejado de creer en sus discursos.



A veces, detrás de esta afición al lenguaje complicado e hipertécnico existe una presunción errónea. Esta presunción es que muchos creen que cuando se nomina algo o bien se le da o se le encuentra un nombre, el fenómeno se ha comprendido. Nada más lejos de la verdad. Decir que Juan tiene asma puede permitir clasificar su problema, pero de ninguna manera comprenderlo a cabalidad.



Definitivamente, detrás de las “bellas palabras”, de ese lenguaje complicado, se oculta la mayor parte de las veces una fuerte necesidad de notoriedad y admiración. Son personas sobrepasadas por su propio ego, con una gran autocomplacencia o vanagloria, o personas que les gusta escucharse a sí mismas.



Por cierto que en el idioma tenemos que utilizar los vocablos que mejor representen la idea que se quiere transmitir. Pero esto es bien diferente de hablar con preciosismos y rebuscamientos, con tecnicismos exagerados, casi con afectación incluso, que es a donde apunta el libro chino. La buena comunicación en realidad es esencial en la vida, y consiste en transmitir una idea, es decir que emisor y receptor logren entender lo mismo. Pero el lenguaje rebuscado, a través de las “bellas palabras”, incomunica en vez de comunicar. HBC