A
menudo escuchamos a los estudiantes contar a sus compañeros, a veces con una
dosis de orgullo, que obtuvieron un siete en una prueba de tal o cual
asignatura. Pero muy frecuentemente también, cuando las cosas son al revés, y
esos mismos alumnos obtuvieron una mala calificación, se les escucha decir “el
profe me puso un uno”. Es decir, queda de manifiesto que los éxitos y méritos
se los arrogan como propios, y los fracasos y reveses se los adscriben a otra
causa.
Por
desgracia, esta incapacidad de asumir las consecuencias negativas de nuestras
acciones no es solamente asunto de los jóvenes. Así, rara vez escucharemos a un
adulto que con honestidad nos diga que le fue mal en un negocio porque no tomó
en cuenta algunos factores, o porque no hizo una evaluación realista del
mercado.
Siempre
buscamos la responsabilidad de nuestras faltas, errores y dificultades en
situaciones y personas externas. Frases típicas: “es mi esposo el que no me
deja trabajar”, “es que mi jefe es demasiado idiota”, “no hay ninguna
posibilidad de encontrar trabajo porque hay que tener pituto”, y muchísimas
más, reflejan toda la misma incapacidad de asumir.
Podríamos
preguntarnos: ¿y qué papel entonces desempeñan esas personas en su propia vida?
Un
caso que podría calificar de paradigmático, fue el de un adulto joven que en
menos de tres meses tuvo dos partes por exceso de velocidad. Su explicación: en
la empresa le habían pasado una camioneta nueva que era “muy picadora”. ¡Y se
lo creía! Me reservo los comentarios.
Hay
varios factores psicológicos que explican todo esto. Una teoría es que las
personas usamos mecanismos de defensa, que son defensas inconscientes que
utiliza nuestro “yo” para evitar la ansiedad que se nos despertaría si
aceptamos algo doloroso, como es asumir un fracaso.
Otra
teoría plantea que depende de la forma en que sentimos que tenemos el control;
es decir, hay dos tipos de personas, unas que sienten que pueden controlar el
ambiente, y otras que no, y por tanto estas últimas siempre se van a sentir a
merced de las fuerzas externas, sean personas, situaciones o eventos.
En
tercer lugar, la teoría del condicionamiento plantea que desde niños fuimos
acostumbrados a pensar que el mundo no depende de nuestros deseos, ya que
éramos tremendamente dependientes, y que seguimos condicionados con este
pensamiento toda la vida.
En
todo caso, la falta de capacidad de asumir es siempre un signo de inmadurez. Lo
grave es que al sentir que es el medio ambiente el que nos controla podemos
pasar fácilmente a la “desesperanza aprendida”, o peor aún, terminar viviendo
en la mentira. Lo más increíble es que cuando a una persona se le insinúa que
ella misma es la responsable de sus dificultades, normalmente reacciona con
mucha rabia, e incluso se siente incomprendida y ofendida.
Si
pudiéramos tener un espejo de la verdad que nos mostrara en qué medida somos
responsables de nosotros mismos y nuestra vida, nos espantaríamos y
probablemente sería tan intolerable esta verdad que no la aceptaríamos por un
buen tiempo. El paradigma del cojo que le echa la culpa al empedrado lo
llevamos muy enraizado en nuestra psiquis. La madurez plena, la congruencia
interna, el éxito profesional, el desarrollo personal, la felicidad incluso,
son todos aspectos de suma importancia, pero que requieren para su logro
aceptar que uno es el arquitecto de su propia vida, tanto en aquello que nos
sale bien como en aquello que nos sale mal.
Y como requisito
indispensable está la capacidad de asumir. Es decir, ¡soy yo quien me saqué un siete, y yo
también quien me saqué un uno! HBC