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31/12/09

REVISTA DE PSICODIDACTICA

Estimado Horst: me he tomado la licencia de incluirle en el Consejo Asesor de nuestra Revista de Psicodidáctica, tal como podréis comprobar en el documento que adjunto; confiemos en incorporar en el futuro a más profesores/investigadores de Iquique.

Saludos cordiales

Alfredo Goñi
Director

AMOR CONSCIENTE

Sobre el amor puede hablarse muchísimo. En relación al amor de pareja, hay un autor que expresa una postura original y de gran interés sobre el tema. Se trata de E. Orage, uno de los discípulos de Gurdjieff, quien plantea que existen siete tipos de amor, aunque en su breve texto se refiere solamente a tres de ellos, que llama respectivamente amor instintivo, amor emocional y amor consciente.

El amor instintivo está basado en la biología, y en última instancia en la química. Por eso se trata de un amor caracterizado por afinidades, por atracciones y repulsiones, que ocurre en casi total inconsciencia. Entre las manifestaciones del amor instintivo se cuentan el cortejar, el matrimonio, los hijos y la familia, etc. El amor instintivo, por ser de “tipo químico”, es muy fuerte y puede perdurar mucho, pues en definitiva es el amor propio de la naturaleza, o es ésta actuando a través del mismo.

El amor emocional es a menudo la atracción de una pareja entre sus desafinidades e incongruencias. Es un amor que se basa más en lo que nos falta, y que el otro nos proporciona, al menos inicialmente. Es buscar y encontrar en el otro la complementariedad. En general es un amor de corta duración, que lleva casi invariablemente a la indiferencia o al odio. Se caracteriza por la pasión, y por tanto suele ser doloroso, trágico; rara vez origina descendencia. En el amor emocional los celos suelen ser fuertes, por lo que puede haber mucho sufrimiento.

El tercer tipo, el amor consciente, es un tipo de amor en el cual lo esencial es el deseo de que la persona amada llegue a alcanzar su propia perfección, sean cuales fueren las consecuencias para el amante mismo. Pero no es sólo decirlo, sino sentirlo en lo más profundo del ser, lo que involucra ser capaz de relegarse y aún renunciar a la persona amada si esto es lo mejor para ella. Si el amor emocional dice “te doy todo a condición de que seas solo para mí”, el amor consciente dice “me iría al infierno si de esa manera tú pudieras alcanzar el cielo”. Es un amor basado en el “soltar” en vez del “asir”.

Parece fácil, porque todos cuando amamos decimos -incluso con sinceridad-, desear lo mejor para él o ella. Pero en los momentos en que esto se pone a prueba, por ejemplo cuando aparece un tercero, las buenas intenciones llegan hasta ahí. El amor consciente es muy escaso y raro por varias razones. En primer lugar, porque ni siquiera se lo conoce, y, más grave aún, si escuchamos hablar de él dudamos de que sea posible. En segundo lugar porque para darse precisamente hay que ser “consciente”, es decir haber alcanzado un alto grado de desarrollo que podríamos llamar espiritual. Y en tercer lugar, porque nadie nos ha enseñado cómo lograrlo ni trabajar para que se desarrolle y manifieste. En definitiva requiere de consciencia, de un trabajo personal intenso sobre sí mismo, y de una transformación; por eso dice Orage que el objetivo del amor consciente es lograr un renacimiento.

Al terminar el texto, el autor, adelantándose al lector, pone de manifiesto la dificultad que significa llegar a este tipo de amor, y plantea la necesidad de tener mucha paciencia y perseverancia para llegar a él a través del crecimiento interno. Pero lo esperanzador es que el amor consciente siempre evoca en la persona amada una actitud similar. Es decir, el amor consciente engendra amor consciente.

Ver el Texto de Orage. Otra exposición sobre el tema, de Bennett. Ambos son textos muy cortos que tratan del amor consciente. Bennett fue también discípulo de Gurdjieff.

12/12/09

EDIFICANTE

Edificante es una palabra que se descubre en algún momento de la vida. Su sentido obvio es “algo que sirve para edificar”, o sea para construir. Pero su uso se limita solamente a lo moral, no a la construcción real. En la práctica, tradicionalmente se ha referido este término a un género literario, llamada “literatura edificante”, y sub-entendiendo que se refiere específicamente a cierta literatura cristiana.

Como ejemplo de esto se cita especialmente a algunos pasajes de la Biblia, así como a escritos de santos o santas y autores cristianos como Khempis. Sin embargo hay literatura igualmente edificante en otras religiones o tradiciones, por ejemplo budismo, hinduismo y sufismo.

Y esto nos lleva a la búsqueda de la esencia del término, para definirlo en forma más precisa. En efecto, ¿qué hace que una lectura sea edificante? Aquí nos presta una valiosísima ayuda nuestro diccionario oficial –el RAE- que entrega una definición magistral de edificante como “aquello que infunde sentimientos de piedad y virtud”. Es decir, todas aquellas lecturas que provocan en el lector estos sentimientos, quedan dentro de esta definición. Y excluye aquellas lecturas que tienen un sentido distinto, por ejemplo meramente apologético o propagandístico.

De todos modos no es fácil a veces distinguir con precisión ambas lecturas, especialmente porque puede depender de los rasgos de quien enjuicia el escrito, o bien del tipo de impacto que provoque en el lector, o incluso de su nivel de “desarrollo espiritual”. Creo sin embargo que hay algunas precisiones que pueden intentarse.

En primer lugar esta literatura es como un recuento de experiencias que podrían beneficiar a otros, o que fue escrita para informar o introducir a otro en un sendero, un camino de crecimiento, pero en ningún caso para apologizar, persuadir ni menos atacar algo. En segundo lugar esta literatura le produce al lector una “sensación de verdad”. En tercer lugar, esta lectura produce una cierta alegría, un contento, porque el mecanismo básico parece ser que se descorre un velo, o más bien se encuentra expresado en palabras algo de lo cual se sospechaba o se sabía pero se era incapaz de formular. Este goce casi estético puede ser equiparado a escuchar una buena poesía, en donde forma y contenido coinciden de tal manera que producen esa sensación de belleza casi inefable, que nos hace exclamar ¡qué hermosa!

Desde esta perspectiva se podría argumentar que toda sensación de belleza o sentimiento estético profundo puede ser edificante, como cuando nos conmovemos con una puesta de sol, o frente a un paisaje cautivante. Y en efecto, es posible que así sea. Sin embargo no basta el gozo interior o estético, sino que debe estar presente o manifestarse esa sensación de piedad y virtud que evoca lo verdaderamente edificante. De este modo, solamente se podría hablar de edificante si el hermoso paisaje, además de producir el gozo interior, lleva consigo o despierta esa sensación de piedad y virtud, por ejemplo al pensar en la grandeza de Dios y en cómo “ser mejor”, para crecer en valores o para ayudar a los demás. Y a base de esto último, quizás un último rasgo esencial de la literatura edificante (o lo edificante en general) es que parece proceder siempre del amor, o al menos de una actitud amorosa hacia los demás y la vida; de algún modo lo edificante siempre está indisolublemente unido al amor. HBC

5/12/09

PENSAMIENTO INFANTIL: algunas características.

Una concepción antigua planteaba que el niño, en el plano mental y psicológico, era un hombre en miniatura, y que poseía prácticamente todas las características y cualidades de un adulto, pero en menor grado y proporción.
Sin embargo, la psicología logró hace tiempo desterrar esa ingenua teoría, y es así como hay día sabemos que en el plano mental, y específicamente en el pensamiento, el niño funciona con otros paradigmas, siendo las cualidades de su pensamiento bastante diferentes a las del adulto.
El autor que más acuciosamente estudió el pensamiento infantil fue Jean Piaget, quien observó durante décadas la forma en que se desarrollaba el pensamiento del niño; realizó también una multitud de experimentos, que fueron avalando sus descubrimientos. Gracias a esto, pudo descubrir cómo es la evolución del pensamiento y además determinar cuáles son las características que son propias del pensamiento infantil.
Quizás lo que más resalte en el pensamiento infantil es el egocentrismo, que consiste en centrarse solamente en su propio punto de vista. Por eso un niño pequeño no puede imaginarse cómo se ve una mesa desde otra perspectiva, del otro lado. Su percepción está siempre ligada a él mismo. Desde luego, esto implica la imposibilidad de tener empatía.
Otra característica es lo que se llama centración, es decir el niño centra la atención solamente en un atributo de los objetos. Por ejemplo, puede poner atención al tamaño del objeto, pero no es capaz de considerar en forma simultánea el peso; o uno o lo otro.
El “pensamiento estático” es otro rasgo; esto significa que el niño se representa estados pero no transformaciones. Por ejemplo, para él es muy difícil entender el concepto de edad, ya que les imposible imaginarse a una persona con una edad diferente a la que tiene. En su pensamiento no puede representarse la transición de un estado a otro. En cierta medida ligado a esto, está el concepto de irreversibilidad, es decir que en su pensamiento, las cosas avanzan en una dirección pero no pueden volver atrás. Es incapaz de regresar al punto de origen.
Otra peculiaridad del pensamiento de los niños es el razonamiento transductivo, que significa que va de lo particular a lo particular. El razonamiento adulto en cambio, es, o bien inductivo (de lo particular a lo general), o bien deductivo (de lo general a lo particular).
Una característica interesante es el llamado animismo, que consiste en dar atributos psicológicos a los objetos o hechos. Como su nombre lo dice, es como dotar de ánima -alma- a las cosas. Puede decirse que es lo opuesto al realismo. Otro rasgo es el artificialismo, que consiste en pensar que todas las cosas son producto de la creación humana. Por último, el finalismo es también otro de los atributos del pensamiento infantil; este consiste en creer que todo tiene una explicación, tiene un porqué, un sentido, y que no existe el azar.
Es considerando estas últimas características que se ha querido ver un paralelismo entre el pensamiento infantil y el pensamiento arcaico de la humanidad. O establecer relaciones entre fenómenos como la magia, el politeísmo y la superstición con el pensamiento primitivo. Pero este problema, por interesante que sea, no está del todo dilucidado. HBC