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24/11/12

¡ ME PUSO UN UNO !



A menudo escuchamos a los estudiantes contar a sus compañeros, a veces con una dosis de orgullo, que obtuvieron un siete en una prueba de tal o cual asignatura. Pero muy frecuentemente también, cuando las cosas son al revés, y esos mismos alumnos obtuvieron una mala calificación, se les escucha decir “el profe me puso un uno”. Es decir, queda de manifiesto que los éxitos y méritos se los arrogan como propios, y los fracasos y reveses se los adscriben a otra causa.

Por desgracia, esta incapacidad de asumir las consecuencias negativas de nuestras acciones no es solamente asunto de los jóvenes. Así, rara vez escucharemos a un adulto que con honestidad nos diga que le fue mal en un negocio porque no tomó en cuenta algunos factores, o porque no hizo una evaluación realista del mercado.

Siempre buscamos la responsabilidad de nuestras faltas, errores y dificultades en situaciones y personas externas. Frases típicas: “es mi esposo el que no me deja trabajar”, “es que mi jefe es demasiado idiota”, “no hay ninguna posibilidad de encontrar trabajo porque hay que tener pituto”, y muchísimas más, reflejan toda la misma incapacidad de asumir.

Podríamos preguntarnos: ¿y qué papel entonces desempeñan esas personas en su propia vida?
Un caso que podría calificar de paradigmático, fue el de un adulto joven que en menos de tres meses tuvo dos partes por exceso de velocidad. Su explicación: en la empresa le habían pasado una camioneta nueva que era “muy picadora”. ¡Y se lo creía! Me reservo los comentarios.

Hay varios factores psicológicos que explican todo esto. Una teoría es que las personas usamos mecanismos de defensa, que son defensas inconscientes que utiliza nuestro “yo” para evitar la ansiedad que se nos despertaría si aceptamos algo doloroso, como es asumir un fracaso.
Otra teoría plantea que depende de la forma en que sentimos que tenemos el control; es decir, hay dos tipos de personas, unas que sienten que pueden controlar el ambiente, y otras que no, y por tanto estas últimas siempre se van a sentir a merced de las fuerzas externas, sean personas, situaciones o eventos.

En tercer lugar, la teoría del condicionamiento plantea que desde niños fuimos acostumbrados a pensar que el mundo no depende de nuestros deseos, ya que éramos tremendamente dependientes, y que seguimos condicionados con este pensamiento toda la vida.

En todo caso, la falta de capacidad de asumir es siempre un signo de inmadurez. Lo grave es que al sentir que es el medio ambiente el que nos controla podemos pasar fácilmente a la “desesperanza aprendida”, o peor aún, terminar viviendo en la mentira. Lo más increíble es que cuando a una persona se le insinúa que ella misma es la responsable de sus dificultades, normalmente reacciona con mucha rabia, e incluso se siente incomprendida y ofendida.

Si pudiéramos tener un espejo de la verdad que nos mostrara en qué medida somos responsables de nosotros mismos y nuestra vida, nos espantaríamos y probablemente sería tan intolerable esta verdad que no la aceptaríamos por un buen tiempo. El paradigma del cojo que le echa la culpa al empedrado lo llevamos muy enraizado en nuestra psiquis. La madurez plena, la congruencia interna, el éxito profesional, el desarrollo personal, la felicidad incluso, son todos aspectos de suma importancia, pero que requieren para su logro aceptar que uno es el arquitecto de su propia vida, tanto en aquello que nos sale bien como en aquello que nos sale mal.

Y como requisito indispensable está la capacidad de asumir. Es decir, ¡soy yo quien me saqué un siete, y yo también quien me saqué un uno! HBC