Páginas

8/1/12

CUANDO HIERVE LA SANGRE

Me contaba una amiga, con un dejo de perplejidad, asombro y hasta un atisbo de pena, cómo había sido testigo de una escena en la cual se agredía en forma completamente injusta a alguien, y el agredido no reaccionaba en lo más mínimo. Ante tamaña injusticia, los transeúntes que también presenciaron la escena instaron al ofendido a defenderse, diciendo o haciendo algo, pero esa persona no reaccionó en lo más mínimo. “Y ni siquiera lloró…”, terminaba el relato de mi amiga.

Ella sintió que en esos instantes “le había hervido la sangre”.

¡Qué experiencia más humana! Hervir la sangre: una mezcla de ira intensa e impotencia. Una emoción fuerte, trancada que no puede expresarse; y como todas las demás emociones, tan normal y tan humana.

¡Qué gráfico puede ser el lenguaje a veces!, aún con sus enormes limitaciones para describir estados internos o subjetivos. Pensemos en la palabra “aguardiente”, y cómo describe magníficamente su propia escencia.

Aún habiendo muchas emociones humanas que pueden ser muy fuertes, como el miedo cuando llega al pánico, “hervir la sangre” y enamorarse son dos experiencias humanas profundas y tremendas. Y sin embargo hay muchas personas que no han vivido ni la una ni la otra. Desde luego, esas personas no pueden tampoco comprender estas emociones, ya que por no haberlas vivido no pueden tener la empatía necesaria que les permita una comprensión real de las mismas.

Lamentablemente, quien nunca se ha enamorado ni nunca ha sentido que le “hierve la sangre” no ha vivido lo más humano. Va mucha gente por ahí viviendo una vida “tranquila”, con exceso de racionalidad, con exceso de trancas y desconectados de si mismos. Una vida gris, una vida “light” en definitiva. Y por cierto, sin la energía suficiente para emprender las grandes tareas que nos demanda la vida, como conocerse a sí mismo, o intentar ser mejor.

Se valora en exceso la tranquilidad, y se confunde tranquilidad con serenidad o con armonía interna; pero son estados muy diferentes. La tranquilidad absoluta es la muerte, la inacción. Quien no se ha enamorado, o nunca le ha hervido la sangre, casi puede decirse que no ha vivido. O al menos no plenamente. No se trata tampoco de ensalzar o promover una vida que solamente busca pasión y la intensidad en todo, que tampoco es normal. Pero sí es necesario no desligarse de lo humano, de la experiencia, y en esto se incluye desde luego las grandes emociones. Es precisamente en las emociones donde está la energía y la fuerza del ser humano, la savia de la vida. HBC